Siempre mirando al vacío
como buscándole los hilos
Primavera, savia, color desanudándose,
y el iris negro entre el escarabajo
y la dolorosa luz, rodando por la tierra,
descartándola
Su mano, foco del péndulo arrasado,
ya no gime, sólo aprieta señales como égidas fláccidas,
como el cuerpo de un gesto eviscerado,
de un nombre que pudo desarticular la materia
y terminó siendo un agujero en el paisaje
Siempre inclinado, siempre oblicuo,
porque su propio peso lo aplasta desde todas direcciones,
empujado por la levedad astral de su figura
no pensante
Verano, orbe verde, piedra translúcida,
que asoma entre los labios para dejar caer su ramo
denso, oleoso, de quiméricos extremos,
de cuyas yemas penden irreconocibles frutos:
otras piedras con rostros encerrados en su seno,
dormidos, dormidos siempre,
sin cuerpo,
sólo sueño y saliva
Siempre mirando al vacío
como buscándole las manos en su mano
Su ojo, poniente umbilical, mira contra el meandro y cede:
otoño, el pasamanos del encuentro y de la búsqueda,
espiral mordida, forma del huso ya desnudo,
carcoma, perfume, rancia ráfaga de advenimientos,
viejos bautismos de la pleamar rascando la costra de la espalda;
invierno, cúpula rota al fin,
grietas en la cabeza, ondas terrosas bajo el cabello,
escamas de cristal por las que baila el eco del final menguante
Siempre mirando al vacío
como buscando dónde colocar sus hitos